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Ciencia de a pie II

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Introducción
No es sorprendente que haya una segunda parte para este ensayo (espero que anhelada por algunos y temida por muchos otros) a la vista, no solo de la situación científica en España, sino de la profunda crisis “económica” en que nos hallamos sumidos. Aquel becario predoctoral de ciencias que hace un par de años hacia una declaración de intenciones en “Ciencia de a pie” (1) hoy, bisoño y naciente doctor se vuelve a vaciar con mirada crítica y apasionada sobre este folio, con la perspectiva que le da el tiempo (casi 5 años de vida predoctoral en el CSIC) y la distancia postdoctoral norteamericana.

CSIC: el gigante enfermo
Es difícil empuñar la pluma sintiéndose parte de ese personal científico flotante e inerme que somos los postdocs y, aunque gocemos de algunas licencias más que los becarios predoctorales, casi siempre tenemos todas las de perder. No es de extrañar que la mayoría de los susodichos opten por el prudente silencio, lo cual es una aberración en una sociedad democrática y libre en la que cada opinión, bien entendida, puede ser de provecho.

Cualquiera que vea al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) situado entre los 10 mejores centros o instituciones de investigación de acuerdo al sistema de puntuación de SCIMAGO (2)—que valora entre otros aspectos la producción científica, la calidad e impacto de esta, la capacidad de liderazgo o las colaboraciones internacionales—se puede llevar una idea errónea del mismo. Permítanme el símil con el fútbol: si el Barcelona o el Real Madrid quedasen entre los 10 mejores equipos del mundo nadie podría negar que es una buena posición pero, sabedores de la grandeza de ambos equipos ¿estaríamos contentos? El CSIC consta de 75 centros propios, 53 centros mixtos, 8 centros de servicio, más de 160 unidades asociadas y aproximadamente 14,000 empleados. En el año 2010 los fondos vigentes para la actividad científica rondaban los 452 millones de euros y los gastos de gestión en 2010 superaron los 860 millones de euros (3). Con estos números es difícil entender que estemos por detrás de la universidad de Tokyo, de Harvard o de Toronto cuando bien deberíamos seguir la estela del Centre National de la Reserche Scientifique (CNRS), que es el equivalente del CSIC en Francia (aunque con más personal), y se encuentra al frente de la clasificación (2).

Mi experiencia doctoral en el CSIC me ha permitido empaparme de su savia, entender los latidos de la ciencia y sentirme algo más que un empleado, aunque también me ha servido para recorrer sus entresijos y reconocer en ellos la enfermedad que afecta a este gigante: el funcionariado científico mal entendido. Por desgracia, en España parece que el Lazarillo de Tormes es el libro de cabecera de muchos funcionarios; lo que resulta insólito es que también lo sea de aquellos dedicados a la investigación, siendo ésta una profesión tan vocacional, dinámica e ilustre. Cuando el buen hacer del investigador mengua y transforma su digno afán en un simple trabajo por el que se obtiene un salario, el entorno se empieza a degradar gobernado por la ley del mínimo esfuerzo (especialmente cuando las reglas del juego han sido establecidas por ellos), por el emplazamiento de actividades puramente científicas por otras secundarias pero que ofrecen un suculento aumento en la productividad así como por la formación de camarillas a la hora de ofertar nuevas plazas que potencian la connivencia y la endogamia en vez de la competitividad. A modo de anécdota, hace poco tuve la grata oportunidad de charlar con el profesor Jeffrey V. Ravetch, reciente ganador de “The Canada Gairdner International Award” (4) (antesala en muchas ocasiones para la obtención de un Premio Nobel) y señaló el funcionariado científico como el gran problema de muchas instituciones de investigación en Europa.

La crisis “económica” que nos azota, es una consecuencia de un sistema enfermo en el cual, entre otros problemas, un funcionariado sobreprotegido y aburguesado ha cercenado la competitividad. En lo que toca a la ciencia española, cuyo estandarte es el CSIC, quizá sea el momento clave y necesario para la catarsis. Es frustrante ver cada vez más laboratorios vacíos por los problemas de financiación (5) mientras los despachos siguen parasitados. Acabemos con los brotes perniciosos del CSIC creando una estructura científica en la que el personal permanente sea reducido y brillante, por ejemplo profesores de investigación. Los mismos profesores de investigación deberían recibir periódicamente y de acuerdo a su rendimiento fondos para la contratación de personal y así montar su propio equipo científico bajo una estructura predeterminada por el CSIC. De tal manera los profesores de investigación tendrían el derecho y el deber de remodelar su equipo de investigación para mantenerlo motivado y competitivo, explotando todo su potencial a la busca de nuevos hallazgos científicos que nos permitan entender y mejorar el mundo en el que vivimos pues al fin y al cabo de eso es de lo que se trata la ciencia.

Bibliografía y fuentes de información
(1)En: http://www.precarios.org/tiki-view_forum_thread.php?comments_parentId=77007&forumId=101&highlight=pie
(2)En: www.scimagoir.com
(3)En: www.csic.es
(4)En: www.rockefeller.edu/research/faculty/labheads/JeffreyRavetch/
(5)Moro-Martin, A. Spanish changes are scientific suicide (15/02/2012) En: www.nature.com/news/spanish-changes-are-scientific-suicide-1.10027

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