La universidad y los becarios de investigación
A cogiéndose a la evidencia de que la investigación es la base del progreso científico y de la competitividad económica, empieza a ser frecuente el uso del término «investigador» con el mismo significado que le daban los militares al «cuerpo a tierra», como si ante tan divinizado conjuro tuviesen que ceder toda la racionalidad y la justicia, y como si la propuesta de consolidar toda la excelencia que ellos mismos otorgan con mano tan ancha fuese un programa sostenible, eficiente, legal, honrado y patriótico. Y mucho me temo que nada de esto sea verdad.
El error que incidió en la reciente polémica sobre la profesionalización de los becarios en el seno de la Universidad de Santiago es que los términos investigación y ciencia solo son aplicables a los que estudian Física, Matemáticas, Genética y cosas así, como si todos los que se dedican a esto fuesen equivalentes a Einstein o Pasteur, y como si la Filosofía, el Arte o el Derecho hubiesen aportado a la humanidad menos progreso y riqueza que el saber experimental. Escribir la Crítica de la razón pura, la Novena Sinfonía de Beethoven o descifrar los jeroglíficos egipcios no es más fácil que hacer una bomba atómica o el mapa del ADN, y por eso hay que decir que el intento de hacer pivotar toda la universidad sobre los laboratorios, y de convertir a todos los becarios «científicos» en funcionarios docentes es un despropósito que genera fuertes e insostenibles desequilibrios en la asignación de profesores y recursos de la USC, y que subleva, por ser un procedimiento injusto e ineficiente, a los dos tercios de alumnos y menos de la mitad de los docentes que no pertenecen a estas áreas de conocimiento dotadas de amplio portalón trasero.
Tras convertir en dogma lo que es relativo -la excelencia generalizada de ciertos becarios-, también se da por cierto que la legalidad y el buen gobierno de la universidad tienen que ceder ante el dios de las ciencias experimentales, para convertir en profesores de áreas ya saturadas a la gente que no es asumida por los organismos científicos y las empresas. Que todos los profesores de universidad tengan la obligación de ser investigadores no significa que todos los investigadores tengan que ser profesores de universidad. Y el hecho de haberse tirado por la puerta de la funcionarización como única salida dice muy poco de los que, mientras presumen de su rentabilidad objetiva, necesitan ingresar en cuerpos docentes por puerta no convenida.
Para mí no es un buen síntoma que los nuevos científicos quieran afrontar el futuro convirtiéndose en una casta definida por las becas. Y no me gustaría nada que, después de haber conquistado la laicidad del Estado, nos viésemos obligados a rezar diariamente ante los dioses de una excelencia que se reparte por orden a todos los que están en la fila.
http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2011/12/03/0003_201112G3P20993.htm