EMILIO FUENTES. Aseguran que en España, el camino de la investigación se parece más a una vereda de cabras plagada de piedras y zarzas que a las autovías y calzadas de primera por las que transitan los ‘cerebros´ de las grandes potencias europeas. Paraísos tecnológicos de materia gris e I+D en los que también se incluye Estados Unidos y hacia los que se fugan muchos de los talentos nacionales. Ésta es, a grandes rasgos, la situación que encuentran los que optan por labrarse una carrera científica aquí.
ASI Granada, como tantas otras asociaciones españolas integradas en la Federación de Jóvenes Investigadores (FJI), lucha por la dignidad profesional de las miles de personas que afrontan la que debería de ser la etapa más bonita de su vida como un suplicio lleno de sombras, dudas, incertidumbre y, por encima de todo, desconfianza en el futuro.
Daniel, que trabaja en la línea de Física Cuántica y cuya labor podría ser clave en el funcionamiento de las computadoras de las próximas décadas, resume todo esto con una frase bastante ilustrativa: “Laboralmente, nos encontramos peor que un bedel, con todo el respeto que merece su actividad”. “No me puedo ni plantear las cosas que otras amigas de mi edad ya han conseguido, como tener un piso, casarme.
Tampoco adquirir un coche y ni pensar en los hijos, que ya sería como algo surrealista”, añade Pilar Navas-Parejo, que no escatima horas de entrega para sacar adelante un proyecto de estratigrafía en el Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias. Pablo Moreno, especialista en Física Aplicada y responsable de ASI, conoce a más de un compañero a punto de encarar la recta final de los 30 tratando de insertarse en el mercado laboral, después de más de un par de lustros frente a la computadora, recluido en laboratorios, centros de estudios y con el título de doctor durmiendo el sueño de los tristes en un cajón de su casa: “Son personas sobrepreparadas, con currículums impresionantes, que no han conseguido abrirse un hueco en la docencia o en otras instituciones públicas por distintos motivos.
Recurren a la empresa privada, que tampoco los quiere porque sabe que ha de pagarles sueldos más altos y al final se ven en una situación crítica”. Muchos de los colegas de Pablo se sienten atrapados en las condiciones vitales y ambientales de un estudiante, con piso compartido, comida congelada en el frigorífico... En más de un caso, su existencia no ha variado mucho desde que comenzaron la titulación, a los 18. El problema es que más de uno está a punto de rozar los 30. Sería algo así como el ‘mileurismo´ dentro del ‘mileurismo´. Sin embargo, no se quejan tanto por sus escasos sueldos, que hasta pueden rondar los 1.100 euros, sino por la falta de seguridad y estabilidad laboral, pues en definitiva se ven como trabajadores no reconocidos.
Mejoras. “Pedimos al Estado que planifique la carrera investigadora como un todo, en el que los que empiezan puedan contar con unas mínimas garantías hasta que acaben”, cuenta Gloria, que desarrolla su actividad en el CSIC, dentro del área de Microbiología y que dice que milita por solidaridad con otros compañeros, pues el suyo es uno de esos pocos casos afortunados.
Otra de sus reivindicaciones es la ruptura con los periodos de vacío salarial que padecen durante el tiempo comprendido entre el final de una beca y el principio de un contrato o entre contrato y contrato. Con estas condiciones no es extraño que se sientan agotados por el sistema. Su símbolo es una naranja apurada por el exprimidor. Sufren la precariedad, pero, al menos, no lo hacen en silencio.