Precariedad, fuente de la eterna juventud
REPORTAJE: (PRE)PARADOS / 2
Precariedad, fuente de la eterna juventud
Contratos temporales y sueldos bajos hacen que con 30 años se viva como con 18 y se retrase la emancipación
Cuando decidió dedicarse a la ciencia, Marian Villa (30 años) sabía que su vida laboral sería complicada. Pero nunca pensó que tanto. Se dedica a la biomedicina. Estudió biología cinco años y se marchó a Holanda. Allí se enteró de que le habían concedido una beca de investigación de cuatro años en Valencia, su tierra, y volvió. "Parecía un sueño. Pero fue el principio del fin", dice con amargura.
Empezó su investigación. Tras esa beca consiguió otra para seguir con sus experimentos sobre la arteriosclerosis. Otros cuatro años. "Ahora gracias a una fundación tengo contrato. De 20 horas semanales. Pero en realidad paso en el laboratorio cerca de 10 horas al día. Si no, sería imposible que mi investigación avanzara". Gana unos 1.100 euros al mes.
La precariedad es el origen de muchos de los problemas o de las decisiones que toman ahora los jóvenes. Sucesión de contratos temporales o becas, salarios que a menudo no se acercan al mileurismo, falsos autónomos, pagos en B para esquivar la cotización, contratos que terminan en julio y se renuevan en septiembre... El 42% de los trabajadores entre 20 y 30 años tiene un contrato temporal. Y de los temporales es de los que antes prescinden las empresas en tiempos duros.
A Marian Villa se le acaba la beca en diciembre. ¿Y entonces? Dice que la empresa privada de biomedicina prácticamente no existe en España. En la investigación pública, lo que tiene ahora es todo lo que hay. "Supongo que solo me queda irme al extranjero, a Estados Unidos, e intentar volver a España en unos años, a ver si entonces me dan otra beca", cuenta resignada. Se siente precaria hasta la médula. "No solo por el hecho de cobrar poco. El problema es que vivir de becas y fundaciones impide avanzar como persona. Nadie me daría una hipoteca. No tengo derecho a una baja laboral o de maternidad", explica con indignación. ¿Por qué no cambiar de trabajo? "Estoy tan especializada y tan sobrecualificada que no sabría hacer nada más. Esa es la trampa. Me gusta investigar. Llevo tanto tiempo trabajando por pura vocación, que si ahora abandonase sentiría que los últimos ocho años han sido un fracaso". Cuando se desanima, recuerda el día que presentó su tesis, hace unos meses. "Inexplicable". Le tiembla la voz. "Tantos años de esfuerzo concentrados... ¿Cómo no va a haber fuga de cerebros?".