Las lágrimas del becario
Las lágrimas del becario- Cuento
Las lágrimas del becario
-¿Me vais a matar?- pregunté muerto de miedo a los tres extraños enmascarados que habían entrado en mi piso a las dos de la mañana.
-Si nos apetece lo haremos. Total, no le importas a nadie- me respondió uno de ellos con voz sonriente.
El crujir de mi puerta al romperse la cerradura me había sacado de la película que estaba viendo tirado en el sofá a esa hora. Era viernes por la noche y no tenía ganas de salir con mis amigos. Hacía tiempo que no lo hacía: siempre estaba cansado después del trabajo.
- ¿Qué queréis?
- No te importa, estate quieto.
No lograba entender nada. Vestidos como terroristas de película, me habían atado las manos a la espalda con cinta aislante y me tenían tirado en el sofá. Uno de ellos registraba el dormitorio de mi pequeño piso de 32 metros cuadrados, otro se fumaba un cigarro junto al ventanuco de la cocina y el tercero me vigilaba. Poco más que una patada les había costado romper la cerradura barata de mi puerta. Si salía de esta, la casera me iba a oír.
- ¡Hombre, revistas porno!- exclamó el que rebuscaba entre mis cosas- ¡Y de las caras! Me llevo unas cuantas, ¿vale?
- ¡Claro, hombre. Mételas en el saco!- le contestó el que fumaba.
No parecían estar nerviosos, pero tampoco parecían criminales. No hablaban con acento de calle, como cuando entrevistan a la gente en la tele, ni parecían buscar cosas de valor, ya que pasaron completamente de la pantalla de plasma nuevecita que tenía en el salón o del portátil que tenía puesto descargando películas.
- Tío, eres un cerdo- me dijo el de la cocina sentándose a mi lado- Ahí dentro tienes platos sucios por lo menos desde la Navidad.
- Es que no me cabe un lavavajillas.
- Y el estropajo y el jabón, ¿te suenan, idiota?
Entonces me dio un puñetazo de gancho en la cara, como en los combates de boxeo. Me dolió y me caí de lado entre los cojines, pero no sangré. “¡Eres un puto cerdo!”, me gritó. Me agarró del pescuezo y me levantó la cabeza de los cojines. Me hizo inclinarme sobre las rodillas y comenzó su interrogatorio. Era como en la tele, cuando tienen a uno detenido. Pero este me hacía daño en el cuello y nadie me apuntaba con una luz. Los otros dos se acercaron y se quedaron mirando.
- ¡A ver! ¿Cuántos años tienes?
- Veintisiete.
- ¿Y tienes trabajo?
- ¡Sí, sí! Soy abogado.
- ¿Abogado? ¿Y qué haces?
- Trabajo en un gabinete de prensa. Evalúo las posibles consecuencias de los comunicados y reviso el lenguaje jurídico de los acuerdos de colaboración con otras empresas.
- ¡Vaya mierda de curro! ¿Y para eso estudiaste cinco años?
- ¿Tu carrera no iba de defender a la gente de la injusticia y ese rollo?- terció otro de ellos.
- ¡Sí, sí!- gritaba yo- Pero no tenía dinero para pasarme años opositando y, como somos muchos, tuve que buscarme otro trabajo.
- Ya, ¿eres fijo al menos?
- No, estoy de becario con paga.
- ¿Y te da para alquilar esta mierda de piso?
- No, me ayudan mis padres.
- Ya.
- ¿Qué haces aquí hoy? ¿Por qué no has salido de marcha?
- Estaba cansado, he salido tarde del trabajo.
- Y te has sentado aquí a verte “El Señor de los Anillos”.
- Sí.
-¿Qué más haces además del curro?
- ¿Cómo?
- ¡Sí, coño! ¿Tienes algún hobby? ¿Haces deporte? ¿Sales de excursión?
- Bueno, a veces voy al gimnasio a correr y hacer pesas… también juego al paintball algunos fines de semana.
- ¿Paintball? ¿Y eso qué es?
- Se disparan con pistolitas que tiran bolas de pintura para no hacerse daño- le contestó otro- Así juegan a que están en la guerra o a policías y ladrones o a lo que quieran.
- Sí, eso es.
- O sea que tu vida consiste en poner en lenguaje imposible lo que una empresa quiere que otra haga y en asegurarte que las mentiras que envían a los periódicos para publicar no sean jurídicamente vinculantes. Entre tanto, te bajas películas para ver al salir del curro- apuntó a mi portátil con el eMule abierto- y te disparas bolas de pintura con otra panda de gilipollas como tú.
- Podría ser peor. Al menos respira aire puro cuando sale a jugar a la guerra- se rió otro.
- Se puede decir que sí, que esa es mi vida- no sabía porqué, pero me sentía avergonzado al reconocer que así es como pasaba la mayor parte del tiempo.
- ¿Cuándo acaba tu beca?
- En junio.
- Y entonces te irás a buscar otra que te permita seguir viviendo como un parásito, ¿no?
- A lo mejor me renuevan un año. Pero con la crisis aún no lo saben…
- ¿No está prohibido tener becarios más de un año?- preguntó uno de ellos comiéndose las patatas fritas que tenía sobre la mesa baja del salón.
- Debe ser una empresa grande. Tienen abogados más viejos que se encargan de que a otros como éste les paguen poco por su vida- le contestó el que me había estado vigilando- Ahora, con la crisis, igual se plantean hacer ellos el trabajo que le mandan a los becarios.
Me sentía como en un juicio. Como cuando en una serie de abogados americanos el protagonista ridiculiza a un testigo para ganar el caso. Pues igual, sólo que no sabía porqué hacían esto. Si querían robarme, que lo hicieran. Pero que, encima, no me humillaran. Bastante tenía con no pensar en todo eso para que tres ladrones filósofos entraran en mi casa a las dos de la mañana, me ataran y me pegaran mientras comentaban mi vida.
- * *
Habría pasado una hora y el silencio de una noche cálida y sin luna envolvía el edificio de mi calle, sucia y pequeña, en el barrio de Tetuán. Se habían cansado de humillarme y los cuatro callábamos. Mi interrogador se había inclinado sobre la ventana del salón a fumar otro cigarro. Un aire fresco y muy suave, como una caricia, entraba por la ventana. Nadie quería decir nada y romper el hechizo de aquella hora de la noche. Silencio.
Yo seguía reclinado en mi sofá con las manos a la espalda y la cabeza agachada pero no quería decir nada. Me daba igual. No me daban miedo, sólo me hacían sentir una vergüenza cínica, como si me hubieran cogido viviendo de forma inmoral. Con el paso de los minutos, la vergüenza dio paso a una enorme lástima de mi mismo. Parecían tan lejos todos los libros y sueños de trabajar defendiendo a inocentes o viviendo solo en mi piso leyendo y escribiendo una obra maestra de mi generación. Una que hiciera de revulsivo del enorme vacío en que vivíamos una vida prestada por quienes, en realidad, nos la estaban robando a base de someternos a la precariedad vital que sus beneficios dictaban para nosotros.
Para nosotros, “los jóvenes”, los que no sabemos, los que no estábamos aquí antes y a los que se oculta con etiquetas que hubo otros antes que se enfrentaron en una guerra fratricida, unos engañados, otros forzados, otros a conciencia, por la misma razón. Por eso nos quitan la política. Para que no la entendamos o nos dé asco. Para que nos limitemos a fingir que entendemos lo que pasa sin entender porqué tenemos que vivir de esta manera; porqué tenemos que renunciar a sentirnos vivos trabajando en lo que creemos. Para que si, algún día, decidimos protestar, no sepamos cómo ni porqué hacerlo y todo quede en un grito de rabia que nos avergüence. Para que cumplamos con lo que nos dicen y tengamos miedo, siempre miedo, de que “alguien”, una fuerza desconocida, una entidad maligna, nos deje sin empleo y no tengamos adónde ir.
Por eso, sentía la respuesta llegando a mi cabeza, nos arrancan de cuajo la dignidad a aquellos como nosotros. Y, en su lugar, sólo pudimos colocar miseria o una capa de cinismo bien llevado que protegiera nuestro dolor. Pero la miseria, sin una razón que la explique, la miseria por la miseria, ya sea moral o material, termina por echar raíces y convertirse en miseria vital.
Nosotros, “los jóvenes”, que ya no somos tan jóvenes. Envejecemos rodeados de los pequeños beneficios de una paga escasa, injusta e indigna pero suficiente. Nos acomodamos en nuestros pisitos de protección oficial, esos que “te tocan”, con nuestros mueblecitos de serrín y pegamento y nuestra vida made in China. Pasamos el tiempo saliendo a desahogarnos y volviendo a casita a evitar el vacío y la soledad buscando cuentos en imágenes en los que buscar parecidos con nuestra vida y sentir que, gracias a eso, existimos. Vemos que otros sienten lo mismo que nosotros y lo enfrentan heroicamente. Nosotros también podríamos ser héroes si quisiéramos. Pero podríamos perder nuestra beca con salario si lo hiciéramos. Y nadie quiere perder su “beca”, su dinero prestado a cambio de su trabajo duro no cualificado que la empresa utiliza como si fuera cualificado. Nadie quiere que eso pase.
- Paco- se dirigió uno de ellos al fumador de la ventana
- ¿Sí?
- Creo que deberíamos matarle.
- ¿Por qué?- Paco estaba absorto en el silencio y la oscuridad de la noche y seguía de espaldas.
- Este es abogado y podría denunciarnos.
Pasaron los minutos y Paco no respondía. Hacía rato que había tirado la colilla al patio interior (la vecina del bajo se iba a enfadar). Entonces, se volvió a mí.
- ¿Cómo te llamas?
- Antonio.
- Antonio, ¿tú sabes qué es la vida?
No supe qué responder. Sabía por dónde iba.
- La vida es lo que ocurre mientras estás en casa sin hacer nada. Pero, sobre todo, es esa voz que tienes dentro y que eliges ignorar para mirar lo que sea que te acabas de bajar de Internet. Es rabia, es pena, es decepción y es júbilo.
- Ya.
- No: “ya”, no. Ahora te voy a decir qué es lo que no es. La vida no es aburrida. Cualquier otra cosa es un engaño.
Se levantó y dijo “vámonos” a los otros. Uno de ellos cogió mis DVDs, otro mis revistas porno y mi guitarra eléctrica y se fueron a la puerta.
- No os preocupéis, no dirá nada. Este ha entendido.
Me desataron, cerraron la puerta y se fueron. Pasó un rato y me eché a llorar, quedo, sin sollozos, sentado en mi sofá azul. Sólo la brisa de la madrugada entrando por la ventana me hizo parar. Puse el cerrojo en la puerta, me acosté en el sofá y me dormí abrazado a mi mismo.