Investigadores precarios a los 40
La falta de presupuestos y de carrera científica, la endogamia y el papeleo hacen que los «cerebros» españoles sigan en situación inestable hasta bien entrada la cuarentena
Investigadores precarios a los 40
Las becas y contratos son más escasos a medida que se queman etapas y el retraso de la Ley de Ciencia empeora la situación.
El futuro es incierto para los investigadores en España. La Ley de Ciencia que prometió el Gobierno, –y que sigue sin un borrador 22 meses después–, tiene entre sus fines articular una carrera que dignifique su trabajo. A la espera de la norma, los españoles que al acabar la universidad se dedican a investigar están, en todas sus etapas, mal pagados y a años luz de sus colegas de países de nuestro entorno.
Doctores «mileuristas»
Obtener un doctorado es la llave de acceso a la investigación. Las becas predoctorales no son excesivamente difíciles de conseguir en España porque el mundo de la ciencia española tiene estructura piramidal: conforme se queman etapas, la oferta de becas y contratos se reduce. En el caso de las predoctorales, autonomías y Ministerio las ofertan. Suelen durar cuatro años, los dos primeros como becario y los otros dos, con contrato (lo que da derecho a paro). La dotación de las ayudas ronda los 1.200 euros brutos.
Etapa internacional «postdoc»
Con el título de doctor en mano, buena parte del talento formado en España se marcha al extranjero. La oferta de estancia postdoctoral en el extranjero es mucho más cuantiosa que los programas nacionales, que son básicamente dos: las becas Juan de la Cierva y las «Jae Doc» del CSIC. ¿Cuál es el problema? Que los recién doctorados parten en desventaja para optar a una beca española, ya que a ellas también acceden españoles que se fueron al extranjero y que quieren regresar. A diferencia de las «postdoc» (como se las conoce en el mundillo) en el extranjero, de cuatro años, los programas Juan de la Cierva son por tres años y, a partir de ese momento, el investigador tiene que buscarse fondos para terminar su proyecto. Otra diferencia es la dotación económica. Por poner un ejemplo, los «Marie Curie» de la UE «me daban 500 euros más al mes que lo que gano ahora tras tres sexenios, cuatro trienios y tres quinquenios como investigador del CSIC», comenta el investigador Mark van Raaij.
El respiro momentáneo
Si hay algo que ha mejorado la vida de los científicos en esta carrera de fondo son las becas Ramón y Cajal. Mejoran sus condiciones y su estabilidad, pero lo hacen por cinco años de contrato por obra y servicio. Improrrogables. Y por 1.800 euros al mes. Pero lo que inicialmente fue la panacea, porque se ofertaban muchas plazas y era una convocatoria atractiva, ha ido menguando desde 2001. Muchos organismos públicos de investigación, como el CSIC, ya no quieren tener a tantos Ramón y Cajal, porque transcurrido el lustro se ven obligados a hacer una dolorosa criba de personal. Los «ramones y cajales» tienen mejor futuro si desarrollan su labor en universidades porque en el cuarto año se les somete a un «control de calidad» y, si lo pasan, se les ofrece un contrato de doctor. Pero en órganos como el CSIC no existe esta vía y no hay más salida que optar a una plaza de funcionario.
La crisis de los 40
Doctorado, estancias «postdoc», retorno con la Ramón y Cajal y, de beca en beca, los investigadores se plantan en la cuarentena sin trabajo fijo y con un futuro incierto pese a su formación. Lo lógico es la de optar a una plaza de científico titular, pero las posibilidades son pocas: «El año pasado salieron 50 plazas para los 130 Institutos del CSIC», denuncia Aixa Morales.
Otra opción es ser profesor de universidad, pero tampoco es fácil porque exige unas horas de docencia que aquellos que han desarrollado su carrera entre pipetas no acumula. Además, los investigadores coinciden en que «hay mucha endogamia en las universidades españolas», y si no te has formado allí, no te contratan, comenta el investigador Mark van Raaij. «Más del 90 por ciento de los profesores de universidad han realizado toda su carrera en el mismo centro. No han salido», critica. Las otras opciones son pasar a la industria u obtener un contrato en entidades como el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) o el Centro de Regulación Genómica de Barcelona (CRG) que, aunque son de titularidad pública, tienen otra estructura mas europeizada y permiten una contratación más flexible. ¿Su problema? Que apenas existen cuatro o cinco instituciones de este tipo en España, y tienen unas líneas de trabajo muy específicas. Con tan pocas puertas a las que llamar, al final, la única opción es darse la vuelta, coger las maletas y ponerse la bata en el extranjero.
«Mi plaza se la dieron a un científico de 50 años»
Aixa Morales no sabe qué será de su carrera más allá de 2010. Tras acabar sus cinco años de Programa Ramón y Cajal en diciembre de 2009, tiene un contrato improrrogable por un año. Morales (en primer plano junto a sus colaboradoras) dirige a un equipo en el Instituto Cajal, del CSIC, donde estudian el desarrollo embrionario del sistema nervioso. «Mi continuidad pasa por obtener una de las escasísimas plazas de científicos titulares del CSIC. El año pasado hubo 50 plazas para los 130 Institutos del Consejo y este año ni se sabe». Morales, de 41 años y con tres hijos pequeños, no se rinde: «Ya me he presentado cinco años consecutivos y los tres últimos me he quedado a las puertas. En 2009, en el concurso oposición, le dieron la plaza a un científico de 50 años», cuenta.
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