Trabajar para nada: cómo un becario se convierte en un muerto viviente de 40 años
“Todo lo que cuento pasa, y pasa a menudo. Me he centrado en un caso de acoso sexual pero existen muchas otras variantes. Hay que tener en cuenta que se trata de un ámbito muy jerarquizado en el que conviven el estrato más alto, el de gente que está en una situación casi de impunidad, con el más bajo y vulnerable. Y ese contexto es un gran caldo de cultivo para los abusos de poder”.
Amàlia Lafuente es médico y trabaja como profesora de farmacología en la facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, donde compagina docencia e investigación. Sus experiencias profesionales, directas e indirectas, han servido como material de partida para Código genético (ed. Plaza y Janés), una novela en la que se mezcla la rivalidad entre los becarios, los juegos de poder entre los académicos, la competitividad (honesta y deshonesta) entre unos y otros y las consecuencias que tales tensiones tienen para la investigación. Para Lafuente, mucha gente de su entorno se ha visto sorprendida por la desmitificación que lleva a cabo la novela sobre el mundo de la investigación, “cuando se trata de un entorno laboral complicado en el que estamos como encerrados en una burbuja. Estamos sometidos a muchas presiones para que produzcamos y en ese frecuente estrés tienden a aflorar toda clase de miserias humanas. Además, somos un mundo muy tentado por la vanidad”.
En ese entorno, el becario es quien lleva las de perder, “ya que es una persona que depende por completo en lo laboral de los académicos para los que investiga. Y eso suele suponer unas condiciones absolutamente precarias que además se van cronificando. No es nada extraño que lleguen a los 40 años y que se vean obligados a buscar otro trabajo porque sus sueldos siguen siendo muy pobres y porque carecen de toda estabilidad”.
Quienes optan por la investigación, señala José Carlos Bermejo, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago de Compostela y autor de La maquinación y el privilegio. El gobierno de las universidades (Ed. Akal), entran en un campo en el que pueden hacer valer escasísimas bazas. “Puede que en humanidades sea distinto, pero los que trabajan en ciencias suelen pertenecer a un grupo que realiza tareas intensivas y repetitivas, a las que dedican muchas horas, y en las que resultan fácilmente sustituibles. Y como para poder acceder a un trabajo más estable les exigen publicaciones, están obligados a hacer lo que les pidan. Eso lleva a que tengamos a mucha gente de 40 años con depresiones”.
Contratos de 600 euros
Y no es para menos, señala Bermejo, porque suelen trabajar en condiciones materiales muy precarias. “Hay muchos de ellos que son explotados y engañados y a los que, al final, dejan tirados. Es frecuente que haya contratados cuyos salarios sean de 600 o de 800 euros. Y hay quienes, cuando ofrecen a sus investigadores contratos de 900 euros y estos se quejan, les dicen que si no les gustan los contratos de 900, también los tienen de 700”. Ese ambiente tan duro y competitivo deja secuelas que perduran incluso cuando ya se han conseguido un trabajo estable, máxime cuando “los capos suelen encabronar a unos becarios con otros”. Hablamos, pues, de un contexto en el que casi nadie sale indemne, como prueba el hecho de que “la mitad de los profesores de las universidades americanas están tratados con antidepresivos a causa de las presiones que sufren para publicar”.
De todos modos, este sistema tampoco se aleja tanto de lo que se vive en la empresa privada, asegura Bermejo. “Acceder al empleo de forma estable, tanto si era público como privado, pasaba por buscarse un protector. Así era también en la universidad, y no solo en España: en Alemania a quien dirige una tesis se le llama pater doctor”. Lo que ha cambiado ahora, es que, después de una época en que la universidad española ha tenido recursos que han permitido invertir en bibliotecas, en aparatos y en investigación, los presupuestos son mucho menores. Y eso va a generar problemas para quienes están esperando encontrar un trabajo en el entorno universitario.
“La investigación la realizan los becarios, que tienen que hacer una tesis y después buscar becas postdoctorales que dependen de proyectos de investigación. Como estos dependen a su vez de personas que en muchas ocasiones actúan como capos (si quieren les colocan y si no, no) hay muchos investigadores que después de convertirse en doctores y de acumular más méritos que sus señoritos, sólo consiguen enganchar un contrato con otro, y eso en el mejor de los casos. Como además el dinero de investigación sólo produce artículos y no genera algo estable, con las estrecheces económicas actuales nos hemos encontrado con un cuerpo social de gente formada que no va a tener ningún futuro”. Sólo quedan dos opciones, señala Bermejo: “O se les tira a la basura o se les convierte en profesores en puestos donde no hacen falta, porque a esos investigadores ya no hay donde colocarles: la universidad está creando sus propios muertos vivientes”. Y eso si hablamos de los que ya están, porque a partir de ahora, “los que vengan se van a encontrar sin becas doctorales ni posdoctorales ni nada”.
“Lo más frecuente es marcharse al extranjero”
Por eso, señala un portavoz de la Plataforma contra la corrupción y el acoso en la universidad pública Plataforma contra la Corrupción y el Acoso en la Universidad Pública, “lo más frecuente es abandonar, después de años de frustración, la investigación en España para marcharse al extranjero o a la empresa privada”. El desprecio que sufren los becarios queda de manifiesto en esa carta publicada por un catedrático de una universidad gallega, en la que asegura acerca de un investigador al que se le suspendió un concurso a pesar de tener un currículum que sumaba 400.000 euros en proyectos financiados “que si es tan bueno como dice ser, encontrará sin dificultad un puesto de trabajo en la universidad o el CSIC, en España o en el extranjero. Por lo general, a la ciudadanía le duele cuando un investigador no encuentra su lugar en este país pero, por lo visto, hay quienes encuentran jocosa tal situación”.
El segundo asunto relacionado con este entorno de abuso de poder es hasta qué punto los resultados de las investigaciones pueden acabar siendo provechosos cuando la gestión es tan negativa. Según la plataforma, “la investigación en España es tan heterogénea que hay investigaciones punteras, por un lado, e investigaciones incluso ridículas por el otro. Lo que sí abunda es mucha investigación repetitiva en ciertas disciplinas, es decir, artículos, comunicaciones y diferentes publicaciones que se repiten una y otra vez, hasta la saciedad, sin ninguna idea nueva”.
Una red de contactos para manejar fondos
Además, los recursos para investigar no siempre son concedidos a los mejores proyectos, ya que influye notablemente el nombre de la persona que lo solicita. “Una red de contactos y lealtades influye evidentemente en la investigación en cuanto supone manejo de fondos. Hay ocasiones en que la mujer del rector es nombrada administradora de la fundación de la universidad y en el que la hija del gerente es contratada como técnico superior en la Asesoría Jurídica de la misma universidad. Estas casualidades, que seguro que lo son, hacen que la opinión pública sospeche que ciertas personas encuentran el camino más allanado que otras en unas universidades que deberían ser ejemplares en el aspecto de la igualdad de oportunidades. Por lo tanto, ¿qué apoyo pueden esperar de estas autoridades los investigadores independientes?”
Y, como último elemento, tampoco el mecanismo de valoración de esas investigaciones es el más adecuado, asegura Bermejo, ya que sólo repara en la cantidad de artículos que se han producido y en qué tipo de revistas han sido publicado y cuántas citas tiene, pero no se valora la calidad. Se puede publicar mucho y muy malo. Y eso sin contar con que hay revistas, como las de humanidades del CSIC, que están aquí valoradas con la máxima categoría mientras que fuera carecen de importancia alguna. Así, habrá quien publique en esas revistas y eso le sume muchos puntos, pero eso no asegura que el artículo tenga algún interés. Los procedimientos de evaluación de la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) no valen para nada”.